sábado, 12 de junio de 2010

Los carros


Con la prohibición de llevar los productos que se van a comprar en bolsas de plástico o carros de tela por temor a que les roben (los más mayores prefieren utilizar estos métodos a usar las incómodas cestas o los pesados carros, con lo que se han ganado innumerables broncas de guardias de seguridad que no entienden cómo pueden meterse los productos en las bolsas “sin pagar” delante de ellos), y que los embalajes son cada año mayores, ocupando más espacio, lo que impiden llevar los productos en la mano, y que no quepan más de dos en un cesto, el consumidor se ve obligado a utilizar un carro en el centro comercial.



Pero a diferencia de lo que piensa la gente, el carro no es una herramienta que ayude en el trabajoso esfuerzo de realizar la compra. Es un elemento que ha puesto para ti el comercio. Pero cuando decimos “para ti”, queremos decir “para ellos”, puesto que es un vehículo preparado para manipular al consumidor en sus decisiones. ¿Por qué los encargados de organizar el supermercado iban a poner una herramienta que facilitara el trabajo gratis? ¿No es mejor una herramienta que haga creer que facilita el trabajo al usuario, y que realmente reconduzca al comprador a lugares y marcas donde ni se hubiese fijado?

Seguramente a todos nos ha pasado. Vamos empujando el carro, mirando los estantes, y de repente, nos comemos el carro de otro, choque. Tras la discusión o las disculpas (o ambas), bien podríamos echarle un vistazo al carro afectado, y descubrir productos que no habíamos pensado adquirir, pero sólo por haberlos visto ahora nos interesan.

Posiblemente esta anécdota no le haya pasado a nadie realmente, pero es con lo que sueñan los comerciales: Accidentes fortuitos para promocionar los productos. Bien podrían inventar el trabajo de chocador profesional. Un empleado vestido de paisano, que se dedique a llenar su carro y a chocarse contra los despistados. Entre bronca y bronca, algún consumidor se dará cuenta de que los tomates están de oferta, o que ahora los bricks de leche los venden de cuatro en cuatro.
Claro que tendrán que turnarse varios empleados, porque en veinte minutos, que le mismo hombre se haya chocado contra cuarenta compradores… Se acabarían dando cuenta.

Lejos de toda esta inventiva que acabará por implantarse (al tiempo), es muy difícil que se produzcan estos choques realmente, por dos motivos.

El primero, y no por ello más importante, es porque los pasillos están concebidos de tal manera que quepan dos carros y medio. De esta forma, podrían ir uno en cada dirección, y aún habría la esperanza de adelantar al de delante si va despacio o se ha parado. Muchos estudios indican que el tamaño real de los pasillos, su anchura, tiene capacidad real para tres carritos. No es por meternos contra esos estudios, pero si alguien ha realizado la prueba, verá que tres carros no pueden conducirse en paralelo en un supermercado, entre otras cosas, porque los de los extremos estarían rozando los estantes (sin pensar que hayan colocado los carteles a través, para que los vean los clientes sin pararse, porque entonces se llevarían más de la mitad del estante con ellos), frenando la marcha. La frenarían si fuera posible tal marcha, porque habrían quedado encallados entre ellos, apretujados, sin capacidad para moverse.

El segundo motivo que evita los accidentes es que el consumidor asume que el manejo del carro es similar a la conducción de un vehículo. Por ello, siempre va a tener “el arcén” (el estante) a la derecha. Los que van en sentido contrario, les pasarán por la izquierda, y el impaciente que quiera adelantar, tendrá que invadir el sentido contrario (el carril de la izquierda) a cuenta de su propia integridad y salud.

Claro que el sistema tiene fallos. Si el consumidor se ha olvidado de adquirir un producto de un estante que ha pasado, dar marcha atrás, con toda la gente que viene, está prohibido. Luego tendría que toda la vuelta al pasillo, cruzarse otro, hasta regresar al punto perdido. Esto es lo que se debería hacer. Pero realmente, lo que sucede no es eso. La gente deja el carro aparcado, y corre a buscar su producto. Y no corre para que el tiempo que ocupa espacio y molesta a la gente sea menor, si no para que no le roben el carro. Porque vamos a ver… Si ya cuando se descuida un cestillo, hay quien lo aprovecha ya lleno para no tener que darse un paseo a por uno, ni ir rellenándolo… ¿Cómo vamos a pensar que nadie va a aprovecharse de un carro ya lleno, si incluso sacarlo de su “parking” ya cuesta un euro?

Todo está pensado con el carro. El espacio físico que ocupa el comercio está diseñado para que el usuario entre por la derecha de las cajas, siempre y cuando haya espacio a la derecha para colocar un mostrador o un escaparate y vender así sus productos más novedosos, o los que nadie va derecho o con intención de comprarlos. Al menos han ganado ese primer impacto. Se construyen así los espacios según la teoría de que el ser humano, al entrar en un recinto, suele fijarse en la derecha. Esta teoría es científica, psicológica y está altamente comprobada, pero yo pregunto… Si está manejando un carro de hierro, que pesa y puede atropellar a los consumidores que no estén armados con otro carro… ¿No será mejor que miren al frente?
Para los vendedores, que el comprador maneje un carro es una ventaja, porque a la hora de moverse, tienen que aumentar la percepción de sus sentidos, puesto que pueden dañar a alguien o a algo. Luego se están fijando en todo con mucha mayor atención. Además, lo hacen sin darse cuenta, puesto que la parte activa del pensamiento está ocupada en manejar maquinaria pesada (y pesa cada vez más según se va llenando), mientras que la pasiva va asimilando marcas. La voz que actúa en la cabeza del consumidor dice “cuidado, cuidado, gira un poco a la derecha, esquiva esa mancha del suelo, no des al niño…” mientras que la pasiva va enumerando productos “salchichas Óscar Mayer, Pate Lapiara Pata Negra, Pizza El Caserío..:”. Cuando el consumidor presta atención a la lista elaborada (o no) de la compra, y se pregunta qué marca podría comprar de determinado producto, a su mente acudirá raudo y veloz un nombre, pues ya estaba almacenado ahí. “¿Qué salchichas compro? Óscar Mayer”. Sin necesidad de pensarlo.

Pero la mayor trampa, destinada a hacernos perder tiempo y a que descubramos nuevas marcas, es la manipulación del carro en sí. Concretamente, en la rueda derecha delantera.
Posiblemente no se hayan fijado, y si van a hacer la compra en pareja y mandan al otro a por el carro, siempre le echarán la bronca por coger un carro que funcione mal. Se equivoca. Todos los carros son así. Se escoran hacia la derecha. Trata de llevarlo recto, pero se tuerce. Si quiere mantenerlo hacia el frente, tiene que ejercer una fuerza constante hacia el lado izquierdo, para igualar.

¿Y por qué hacia la derecha?
Justamente por todo lo dicho anteriormente:
La entrada a la zona de compras está a la derecha de las cajas. Al entrar, a la derecha habrá una zona de escaparate donde estarán colocadas las novedades o aquellos artículos que no se venden por sí solos. El carro nos manda hacia allá.

El sentido de circulación con el carro es semejante a la manera de circular con un automóvil. Que el carro fuera hacia la izquierda sería una locura, porque significaría invadir el carril contrario y provocar un accidente, un choque frontal contra otro carro.

De hecho, el carro va contra “el arcén”, el estante, chocándose constantemente contra él, o raspando el lateral, si el usuario no lo controla. ¿Qué se consigue con esos choques? Que el usuario se fije en el estante. “Mira, he vuelto a chocar, este carro que elegiste funciona fatal, pero… ¿Teníamos patatas en casa? Porque ya que estamos, ¡cogemos un par de bolsas!”
La concentración ejercida por la parte activa del usuario a la hora de manejar un carro debe esforzarse mucho más sabiendo que el carro tiene un defecto y que hay que controlarlo. De esta forma, la parte pasiva se está quedando con muchas más marcas, porque en ningún momento el cerebro activo deja de funcionar y se pierde en lo que debería pensar: Qué quería comprar, y dónde está. Si el usuario contestase a esas preguntas, una compra normal duraría 20 minutos en lugar de horas y horas.

El último elemento que posee el carro y trabaja en contra nuestra es la sillita. Podríamos pensar que realmente es un artilugio que nos evita arrastrar al niño pequeño, que lo perdamos o que tengamos que cargar con él. Hay que tener en cuenta que la mayor manipulación a la nos sometemos cuando estamos comprando es la producida por nuestros propios hijos, y sus caprichos. Recordemos el anuncio donde un padre joven debía de aguantar las pataletas de su hijo de dos años porque no le compraban lo que él quería. El anuncio era de preservativos, pero eso no viene al caso.

No caemos en la cuenta que la sillita pone al niño a la altura de los ojos del adulto. Si ya de por sí, a su altura, le ponen todas las tonterías y guarrerías a su alcance (ver el post sobre la altura de los productos en los estantes si no creen esto), ya de por sí, subirles a nuestro nivel, es lo peor que se puede hacer. Querrán de todo, y aquellos que tengan la mano larga, lo cogerán y lo meterán en el carrito. Quizá te des cuenta cuando vayas a pagarlo, o cuando ya lo hayas pagado.
¿Pero cómo están colocados los niños? Están colocados hacia atrás, mirando hacia nosotros. Podríamos pensar que estar así es una ventaja para nosotros, así no pueden prepararse para lo que venga a continuación en los estantes, pero es mucho peor. Así están atentos a lo que hemos pasado. Y si algo les interesa, nos harán parar. Con gritos, con llantos, pero querrán que volvamos a por algo. Y si algo hemos aprendido, es que volver con el carro sobre nuestros pasos está prohibido. Entonces, imaginad cómo se pondrá el niño si nos alejamos. Aunque sea para dar la vuelta a todo el pasillo y volver al punto perdido. Porque… No vamos a dejar al niño sólo con el carro. ¿Cómo podemos esperar que defienda el carro y su moneda de un euro con tan pocos años?

Como los poderes del carro empezaron a ver la luz a ojos del consumidor, éste empezó a preferir usar los cestillos. Los llevaba en las manos, y así nada ni nadie podía manipularle. El niño, en la otra mano, arrastrándole. Si hacía falta coger algo de los estantes, se dejaba el cestillo en el suelo, se cogía el producto, y se echaba. ¿Que el cestillo se quedaba corto? Se cogía otro. Para eso estaba la pareja o el hijo crecidito.

Los comerciantes se dieron cuenta de este suceso, y decidieron “facilitarle” la tarea a los usuarios, añadiéndole ruedines al cestillo, y un asa supletoria telescópica y plegable. La trampa había renacido. De nuevo, uno de los ruedines hacía el juego de irse para un lado.
Con los cestillos hemos de identificar un trabajo más perfeccionado, puesto que toda la teoría del carro tuvo que ser trasladada a un elemento más pequeño y menos pesado. Lo que parece una tontería tiene mucho estudio, puesto que el carro escora hacia la derecha mientras que lo empujan desde detrás, mientras que el nuevo cestillo es arrastrado desde delante. Luego la rueda manipulada no debería ser la misma, puesto que entonces, al tirar en vez de empujar, el cestillo escoraría hacia la izquierda, cosa que, como ya hemos visto, sólo produce accidentes.
El cestillo, ha diferencia del carro, puede ser de dos tipos: Con dos ruedas, que se porta inclinado, como las maletas de viajes ligeras. O con cuatro ruedas, las 4 con ejes móviles, que permiten girar para cualquier lado, como un carro.

Se ha de saber que el cestillo de dos ruedas, al estar estas fijas sobre un solo eje, no pueden ser alteradas.

Pero en cuanto el consumidor se de cuenta de los problemas que le da el cestillo, no se pasará al carro. Ni si quiera empezará a llevarse bolsas de la compra de plástico como los abueletes, para luego ir a pagar (las miradas amenazantes de los de seguridad, que no entienden cómo pueden robarles en la cara lo impiden), sino que, simplemente, levantan el cesto. Para algo sigue llevando el asa central.
El siguiente paso es la eliminación de ese asa. Entonces, la manipulación será perfecta y nadie podrá escapar.

Por Ignacio Meléndez Alonso

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